LA COLECCIÓN
La razón de ser de este conjunto de piezas de gran valor patrimonial radica en el hecho que, cuando se previó la concentración de toda la actividad funeraria en un solo edificio, se tuvo que decidir qué hacer con estos vehículos que habían hecho servicio a la ciudad de Barcelona durante 90 años y que ya estaban completamente en desuso debido a la evolución de la técnica y la aparición del coche a motor. La importante decisión de conservarlas y reunirlas en un solo espacio significó la creación de la primera y única colección de carrozas fúnebres que hay en toda Europa y que se expone públicamente.
Hay que decir que la Colección está formada por carrozas que procedieron de una empresa y los objetos aquí conservados no se adquirieron como piezas de museo, sino como herramientas de trabajo. Por tanto, se hace difícil datarlas, documentar su historia y saber cómo se adquirieron.
La actividad comercial y artesanal de la ciudad, impulsada por el crecimiento agrario de Cataluña y por el comercio directo con América, crecía rápidamente juntamente con su población, lo que significó un problema por lo que hacía referencia a los entierros. Tradicionalmente, el entierro de los difuntos se hacía, sobretodo, en los fosos parroquiales situados al lado de las iglesias y, por lo tanto, a tocar también de las viviendas, tiendas y talleres. El crecimiento demográfico, pues, puso una gran presión en los fosos parroquiales que no daban al abasto, lo que provocaba efluvios y gases nocivos, amenazando gravemente la salud de los barceloneses.
Como solución a los problemas de salubridad que creaban los fosos parroquiales, el entonces obispo de Barcelona, Josep Climent i Avinent (1706- 1781), hombre de carácter reformador y de ideas avanzadas, fundó, en el año 1775, con el apoyo de las autoridades civiles de la ciudad, el primer cementerio fuera murallas, situado donde actualmente hay el cementerio de Poblenou. Este hecho no fue bien recibido por los barceloneses, los cuales aún estaban aferrados a las costumbres tradicionales cristianas que habían organizado la vida colectiva de la ciudad durante siglos, y la creación del cementerio suponía toda otra manera de entender los ritos funerarios y formas de hacer establecidas desde hacía muchos años. Fue por este hecho que el cementerio se utilizó solo como osera para las exhumaciones de restos humanos de otros cementerios y para el entierro de los pobres que morían en el Hospital de Sant Pau y la Santa Creu. Posteriormente, en el año 1813, fue destruido por las fuerzas napoleónicas durante la Guerra del Francés.
La Barcelona que surgió después del conflicto bélico fue ya una ciudad en plena transformación. El comercio colonial se encontraba en un punto de apogeo y las manufacturas tradicionales daban muestras de una incipiente industrialización. Las nueves actividades económicas y la desaparición de los gremios dieron paso a nuevas formas de sociabilidad y a nuevas costumbres. Consecuentemente, el crecimiento demográfico y la escasez del suelo dentro las murallas se habían agravado en aquellos años, y los problemas de salubridad de los fosos parroquiales hacían más urgente que nunca la creación de un cementerio fuera ciudad.
El obispo Sitjar, demostrando el poder político que aún conservaba la iglesia, decidió construir el cementerio en los terrenos de propiedad eclesiástica donde el obispo Climent había construido el primer cementerio general. El arquitecto encargado de construir el nuevo recinto funerario fue Antoni Ginesi, el cual tuvo en cuenta el carácter católico tradicional pero también los nuevos grupos de ciudadanos y la Barcelona que estaban creando.
La situación de los fosos al lado de las parroquias había garantizado hasta ese momento la proximidad física de los familiares y de la comunidad de fieles con los difuntos. El nuevo recinto funerario, por el contrario, era a mas de un quilómetro de la ciudad, a una media hora de distancia a pie a través de un espacio tan deshabitado que hasta se tuvieron que tomar medidas para alejar los lobos. A pesar del malestar de los barceloneses y las numerosas quejas y rumores sobre robos, se tuvieron que acostumbrar a la distancia del cementerio y adoptar definitivamente nuevos hábitos y ritos funerarios. Una de las primeras novedades que introdujo el entierro fuera ciudad fue la aparición de un nuevo oficio, el de portadores de difuntos, que, a pie y con unas parihuelas, eran los encargados, en un primer momento, de trasladar los restos mortales hasta el cementerio.
Esta costumbre, pero, cambió de nuevo en el año 1835, periodo de transformaciones políticas de carácter progresista y revolucionario, cuando el cementerio pasó a manos municipales. Entonces el nuevo alcalde, Josep Marià de Cabanes i d’Escofet, impuso la obligación de utilizar carruajes para el traslado de difuntos desde la ciudad hasta el cementerio y prohibió el transporte a pie. El rechazo fue generalizado y tan decidido que se produjeron disturbios en las calles el día que se hizo el primer entierro con carruajes a la ciudad. Este primer coche funerario que llegó al cementerio del Poblenou salió de la parroquia de Sant Cugat del Rec en el año 1836.
El traslado de los difuntos en carruaje, que se inició en Barcelona aquel año, es un ejemplo del incipiente desarrollo del transporte urbano. A lo largo del siglo la industria del coche funerario fue creciendo y adaptándose a las necesidades y a las costumbres, siempre cambiantes, de la ciudad. Los vehículos fueron incorporando avances técnicos y adoptando los nuevos estilos y gustos de la moda. Sin embargo, los carruajes siempre mantuvieron un alto grado de estilización artística y densidad simbólica, como demuestra la magnífica colección de las Carrozas Fúnebres de Barcelona. Pronto el lujo del coche funerario, acompañado por el del ataúd, se convirtió en uno de los símbolos más significativos del poder político y económico de las familias y, por lo tanto, pasó a ser objeto de atención pública. El carruaje funerario se convirtió, también, en el caso de los entierros de personalidades o personajes populares, centro de manifestaciones públicas de pésame.
Gótica: mencionada así por su ornamentación con reminiscencia gótica, tiene una decoración propia de la moda de finales del siglo XIX. El rasgo característico es su color morado, una tonalidad asociada a la liturgia en tiempos de Cuaresma.
Grand Doumont: carroza de máximo esplendor fúnebre y de estilo imperio, tiene su origen en el modelo creado por el duque francés Louis d’Aumont. Fue creada en París por la casa Cellini en el siglo XVIII. En los inicios del siglo XIX, durante el reinado de Napoleón, adoptaron el tiro con seis caballos. Se utilizó en Madrid con entierros tan populares como el del torero José Gómez Joselito, muerto por el toro Bailaor en Mayo de 1920.
Imperial: construida por entierros de gloria, como el de un emperador, esta carroza suponía la culminación del lujo al servicio de las vanidades. Su último sepelio fue el del alcalde Enrique Tierno Galván en el año 1986, motivo por el cual se desplazó a Madrid.
Estufa: Este nombre se aplicó en el siglo XVIII para designar a los carruajes aristocráticos de más lujo, donde la caja quedaba cerrada con cristales grandes y costosos. Construida en Barcelona, fue la carroza más utilizada en los entierros de grandes prohombres como Santiago Rusiñol, Enric Prat de la Riba y el conde de Godó, durante las décadas de 1920 y 1930.
Coche Usual (Araña): llamada popularmente Araña, desde las primeras décadas del siglo XIX fue la más popular de las carrozas entre las clases menestrales y populares. Según los caballos que la conducían, hasta 6, y en función de los tejidos de los enlutados, los adornos y los añadidos, se podía volver más o menos lujosa.
Al mismo tiempo, hay el grupo de las Carrozas Blancas, que tienen una simbología muy precisa: el blanco era el color de la pureza, la fidelidad y de la inocencia, por ello estos vehículos se utilizaban para transportar niños y mujeres solteras, porqué se consideraba que este segmento de la población enlazaba con los valores atribuidos al color blanco. Dentro de este grupo también se pueden ver reflejados los diferentes grupos sociales a los que iban destinadas.
Como sucede actualmente, en el pasado las familias solían alquilar coches para poder seguir toda la comitiva funeraria. En esta colección podemos encontrar 6 vehículos de acompañamiento de estas características que corresponden a diversas épocas y que van estar en funcionamiento hasta mediados de siglo XX. Hay que decir que la simbología funeraria no está presente en estos vehículos, como sí lo está en las carrozas, porque estos vehículos no realizaban exclusivamente servicios funerarios, sinó que prestaban servicio a otros sectores. Solamente el coche conocido popularmente como la Viuda Negra era usado exclusivamente en entierros por el color negro de todos los elementos que lo componen.
Finalmente y aunque la colección se llame de carrozas fúnebres, disponemos de 3 vehículos a motor que se utilizaron en distintas épocas. El Hispano Suiza y el Studebaker circularon por la ciudad desde finales de los años veinte hasta los años cuarenta del siglo pasado. Son modelos que destacan por una decoración muy sobria y por el color negro, a diferencia de la decoración ostentosa de las carrozas. Además, disponemos de un Buick Riviera, un lujoso vehículo americano, difícil de importar en aquella época que en el año 1976, debido a la crisis del petróleo, dejaron de hacer servicios y se integraron a la colección.
Mediante las últimas tecnologías y a través de una explicación coral, desde las personalidades más carismáticas que recibieron el último reconocimiento de la ciudadanía hasta las personas anónimas recordadas por amigos y familiares, los visitantes se podrán transportar del todo a la Barcelona neoclásica de mediados del siglo XIX y comprender también la importante evolución que sufrió Barcelona, desde la construcción del cementerio de Antoni Ginesi en Poblenou, el 1819, hasta la gran Exposición Universal de Barcelona de 1929.
Al mismo tiempo, la Colección promueve el conocimiento y la valoración del ritual funerario y de las carrozas, su técnica y simbología, a la vez que trata la muerte de una forma natural, próxima y pedagógica.
Para acabar, también se pretende crear un encaje con las magníficas rutas culturales del cementerio de Montjuïc, con las que se puede acabar de entender la importancia artística y cultural de la monumentalidad del periodo donde las carrozas tuvieron un claro protagonismo en el rito funerario.